En esta obra, a Marianela, una huérfana andrajosa, sólo le importa llenar con sus propias impresiones de luz a un ciego con quien vive un romanticismo brumoso. Pero al final la ciencia pone las cosas en su lugar: a Pablo, el ciego, le entrega la realidad perceptible, y sacrifica a Marianela, confinándola a vivir la realidad de su fealdad, de su debilidad y de la horrible luz que sobre ella han proyectado los ojos de su Pablo ahora con vista.